El hacer arte es siempre un hacer colectivo.
El arte es inútilmente necesario, porque se empeña en decir lo imposible, lo cual hace distinguir de las cosas, su cosmética y su discurso.
De "las cosas", es necesario reconocer los conflictos, los sujetos que lo conforman, el problema (territorial/interés/des-límite) que lo sustenta, el motivo de su persistencia y los puntos fluyentes (negociantes), chocantes (resistentes) y de vacíos (olvido) que "definen" o esboza en sí el conflicto (de las cosas).
Es necesario articular la ira para poder decir la imposibilidad (del muro institucional o la poética del capitalismo) para poder ver de otro modo el margen radical de la quebrada (abismo-olvido) inconsciente hecha basural.
Es necesario desajustar los deseos ilusorios, su decoro iconoclasista y su standarizada comodidad, des-ubicarlos (sub-vertirlos) para que la ira halle su gestalt inconclusa, y se despliegue más allá de lo infantilizado y anacrónico que contienen los conceptos de terapia, enfermedad y salud.
Es necesario hacer una historiografía de los símbolos contemporáneos, distinguir cómo éstos se "arrojan juntos" en la médula del deseo colectivo. Reconocer esos símbolos, su historia formal-mediática, a qué instituciones representan y cuál es su esfera de intervención o múltiples plataformas y dinámicas de acción.
Es necesario cerrar los ojos para perderse en la ciudad ya "tan conocida", pero no para caer en el automatismo o enamorarnos de nosotros mismos (y a veces sin retorno), sino para dejarnos tropezar, para valernos de otros sentidos y no sólo del ojo, para palpar los muros y saber la textura, la inseguridad del suelo.
Es necesario cerrar los ojos para que, después de tanta inutilidad, frustración, adrenalina, miedo o fragilidad, nos demos cuenta de que uno no conoce "la ciudad".
Es necesario salir de la caverna para después volver a la caverna. Es necesario poder decir cómo salir de la caverna, con toda la precariedad que ella contiene.
Es necesario salir, salir, degastar el salir en todas las posibilidades, hasta que nos demos cuenta con que estamos fuera casi todo el tiempo y que el adentro más adentro, es en nosotros.