A mi abuelita Blenda
Tu muerte me volvió muda
se me calló la lengua
el aliento
la palabra.
Todas las palabras
se deshicieron en letras,
caídas sin sentido
a un suelo polvoriento.
El viento sopla
y me pregunto:
¿dónde estás tu?
* * *
¡Cuánta madre has dejado, abuela!
¡cuánta madre, cuánta niña!
* * *
Vives en nosotros abuela,
en un ojo que mira la noche
en nuestros recuerdos
en este bosque tuyo
que nos contiene a todos
como a niños eternos
* * *
¿Quién es usted? - me sigue preguntando, abuelita - ¿quién es usted?
* * *
Hola,
Mi nombre es Carolina
soy la nieta mayor de la abuelita Blenda,
así que, lo que puedo compartir hoy,
quizás sólo signifique a mi hermana
o a mi pequeño grupo de primas,
quizás, sólo alcance a llegar a ser
una simple impresión personal.
Nada sé del amor y nada sé de la muerte,
Mas quiero invocar a la tristeza y a la soledad
Para poder abrazar sus misterios
Con toda mi intuición y con toda mi torpeza
Quiero atraer hacia mi,
el silencio que trae la muerte de mi abuela
y poder comprender
Como lo haría Rilke, un hermano poeta,
La esperanza que trae consigo la tristeza y la muerte:
“Nuestras tristezas – dice Rilke- son ésos momentos
en que algo nuevo, algo desconocido, entra en nosotros.
Nuestros sentidos enmudecen, encogidos, espantados.
Todo en nosotros se repliega. Surge una pausa llena de silencio, y lo nuevo, que nadie conoce, se alza en medio de todo ello y calla...
Casi todas nuestras tristezas son momentos de tensión
que experimentamos como si se tratara de una parálisis.
Porque ya no percibimos el vivir de nuestros sentidos enajenados,
y nos encontramos solos con lo extraño que ha penetrado en nosotros. Porque se nos arrebata por un instante todo cuanto nos es familiar, habitual. Y porque nos hallamos en medio de una transición,
en la cual no podemos detenernos.
Por eso pasa la tristeza.
Lo nuevo que está en nosotros, lo recién llegado, se nos entra en el corazón, se desliza en su cámara más recóndita, y ya tampoco está allí:
está en la sangre.
Y no alcanzamos a saber lo que fue...
Sería fácil hacernos creer que no sucedió nada.
Sin embargo nos transformamos como se transforma una casa en la que ha entrado un huésped. No podemos decir quién ha llegado.
Quizás nunca logremos saberlo.
Pero muchos indicios nos revelan que el porvenir
entra de ese modo en nuestra vida
para transformarse en nosotros
mucho antes de acontecer. (…)
La muerte, como todas esas cosas que nos son tan afines,
han sido de tal modo desalojadas de la vida
por el diario afán de defenderse de ellas,
que los sentidos con que podríamos aprehenderlas se han atrofiado.
Mas el miedo ante lo inexplicable
no sólo ha empobrecido la existencia del individuo.
También las relaciones de ser a ser han quedado cercenadas por él. (…)
Pues no sólo por desidia se repiten las relaciones humanas con tan indecible monotonía y sin renovación alguna de un caso a otro, sino también por temor y recelo ante cualquier vivencia nueva y de imprevisible trascendencia. (…)”
Nada sé del amor, nada sé de la muerte
Mas quiero abrazar
e invitarlos a abrazar
Lo nuevo que trae la muerte,
Lo nuevo que trae la muerte de mi abuela.
Algo nuevo que es muy antiguo:
Una invitación a vivir la vida.
Hace un par de años
leyendo un libro de Godofredo Iommi
Me encontré con una afirmación
Que hasta hoy en día me provoca cierta oscilante comprensión:
“La ironía es fundamento de la piedad”.
Pero qué es la ironía, qué es un fundamento, qué es la piedad.
Podemos estar indefinido tiempo cobijando estas preguntas
y buscando respuestas que puedan correponderlas…
Pienso, que la ironía, es una aclamación del aquí y el ahora,
De un tiempo presente, que es en sí desnudez pura,
Una apertura sensible y humilde en el estar.
La ironía nos permite ver el lugar que tienen las cosas,
En la medida que las movamos un poco
Para saber cómo caben, cómo se ubican
Y cómo se relacionan en su tener lugar.
Pero si abusamos de ella,
La ironía dejaría de ser una herramienta
para conocernos a nosotros mismos y lo que nos rodea,
pasaría a ser un recurso retórico para la burla y humillación de los otros,
para la afirmación de una arrogante autocomplacencia.
La ironía, con su humor,
nos permite reirnos de nosotros mismos y lo que nos acontece,
aventurarnos en un conocer y en un creer
sin esa culpa deformadora que hemos aprendido por medio de dogmatismos, tanto religiosos como cientificistas.
Sin esa base de humor que da la ironía, sería mucho más difícil y áspero ponerse en el lugar del otro.
Pienso que la piedad, puede ser, esencialmente eso:
Poder ponerse en el lugar del otro.
Pero, no quiero que se deduzca, entonces,
Que yo estoy afirmando que mi abuelita fue piadosa,
Sólo quiero decir, que ella tenía un sentido del humor
Que disfruté mucho,
Porque era como una invitación a vivir la vida,
En su manera de ser abuela, madre y niña.
Su presencia era una invitación a vivir la vida,
Aunque debo confesar, que su muerte, me pilló viviendo la vida,
Y siento que su cuerpo se durmió de golpe
Como hoja de otoño votada por el viento.
Abuela, se durmió tu cuerpo
Y me parece que todo el otoño hubiese venido,
Que todas las hojas ya se hubiesen caido.
Gracias por invitarme a vivir la vida,
Es lo nuevo que ahora abrazo
Con un temblor, que tiene mucho de tu humor,
Tiene mucho de tu frescura y alegría.
* * *
Todos buscamos a La Madre.